La Democracia Posible

-Comenzamos una serie de artículos sobre el libro de Ronald Dworkin. Empezamos con una introducción de unos principios a los que tendremos que volver una y otra vez-

¿Por qué una política y no otra? ¿Por qué votar a unos líderes y no a otros? ¿Por qué identificarse con unos y no con otros? Por valores. La gente vota a sus líderes porque el universo que transmiten se adapta más fácilmente –es interpretable- por sus valores más básicos. Universo que se puede transmitir a golpe de imagen, confrontación y estrategia subterránea o a través del debate de las ideas. O de los dos.

Un núcleo de valores que nos sirven para interpretar la realidad social y para planificar nuestras acciones en ella, y que según Ronald Dworkin no son ni políticos ni morales, sino que son filosóficos. Unos valores que corren a nivel muy bajo, digamos que casi imperceptibles al debate actual, a la literatura incluso a las disciplinas sociales y humanistas que manejan la mayoría de los norteamericanos –él se dirige a ellos, yo lo ampliaría a todos los occidentales, y lo adaptaría a la mayoría de los españoles-

La interpretación de estos valores –yo diría desarrollo- es lo que marca la diferencia entre unas comunidades políticas u otras, entre unos partidos u otros, entre unos políticos u otros. Una interpretación que se nos trasmite la mayoría de las veces a través de una pelea continua, a través de contacto, contacto y más contacto, cosa en la que los neoconservadores son maestros, y por desgracia también, a veces la única vía conocida por muchos progresistas profesionales de la política. Cualquiera que lea periódicos –en el mejor de los casos- sabe que estas diferentes interpretaciones pocas veces se nos trasmite a través del debate de las ideas y de las buenas razones. La obra de Dworkin defiende este segundo medio, demostrando que además es el único camino para que el liberalismo de izquierdas –socialdemocracia, o progresismo, como prefieran- construya una opción positiva y atrayente para los ciudadanos.

Los dos principios básicos son:

1) El primer principio –al que llamaré <<principio de valor intrínseco>> sostiene que toda vida humana tiene un tipo especial de valor objetivo. Tiene valor como potencialidad; una vez que la vida humana ha empezado, es importante como evoluciona. Es algo bueno que esa vida tenga éxito y que su potencial se realice, y es algo malo que fracase y que su potencial se malogre. Esta es una cuestión de valor objetivo, no meramente subjetivo; quiero decir que el hecho de que una vida humana tenga éxito o fracaso no sólo es importante para la persona de cuya vida se trata, o sólo importe si, y porque, eso es lo que ella quiere. El éxito o fracaso de cualquier vida humana es algo importante en sí mismo, es algo que todos tenemos razones para querer, o deplorar. (…) Así, con arreglo al primer principio, todos nosotros deberíamos lamentar que una vida se malogre como algo malo en sí mismo, sea la vida de la que se trate la nuestra o la de cualquiera otra persona (24-25)

2) El segundo principio –el <<principio de responsabilidad personal>>- sostiene que cada persona tiene una responsabilidad especial en la consecución del logro de su propia vida, una responsabilidad que incluye el empleo de su juicio para estimar que clase de vida sería para ella una vida lograda. No debe aceptar que ninguna otra persona a dictarle esos valores personales ni a imponérselos sin su consentimiento. Puede respetar las valoraciones codificadas en la tradición religiosa particular, o las opiniones defendidas por líderes o textos religiosos e incluso las valoraciones de maestros morales o laicos. Pero ese respeto a de ser fruto de su propia decisión; ha de reflejar su juicio más profundo sobre como desempeñar su responsabilidad sobereana sobre su propia vida (25)

Estos dos principios –que toda vida humana alberga un valor potencial intrínseco y que todo el mundo tiene la responsabilidad de realizar ese valor de su propia vida- definen juntos las bases y condiciones de la dignidad humana, y por esta razón me referiré a ellos como los <<principios o dimensiones de la dignidad>> (25)

Estos dos valores en cierta medida corresponden al ideal de igualdad y al ideal de libertad que se manejan en el tradicional debate filosófico. Con su también tradicional capacidad para provocar contradicciones cuando se ponen juntos. Pero como apunta Dworkin no se trata de que los ideales sean coherentes o incoherentes entre sí, sino que en que es la comunidad política la que tiene la tarea de aportar la interpretación consistente de los dos.

La idea es bellísima: no sé trata de ponerte del lado del valor que ves más potente para la causa de la facción en la que estás. El valor que te hará triunfar entre los tuyos y aplastar –a ojos de los tuyos también- al contrario. Se trata de hallar el discurso que aúne los valores básicos de la ciudadanía, con la realidad social que toca vivir y con un sistema de derechos y justicia.

El buen político y el buen partido tienen que iniciarse en este camino involucrando a toda la sociedad. Siendo no un contingente de lucha sino un catalizador de encuentro y trabajo de ciudadanos comprometidos con cualquier causa de interés colectivo.

Esto en España, posiblemente en todo occidente, supondría una ruptura de paradigma político de consecuencias difíciles de prever. Quizás la única que nos permita mirar cara a cara a la Globalización y a las superpotencias. A no tener que aceptar burradas en la política internacional. A la crisis energética y a la nueva oleada de conservadurismo producto del rápido cambio social. Porque como europeos sacaríamos todo ese gran potencial de inteligencia, trabajo, conocimiento y derechos, almacenado durante los últimos siglos, sin desgastarnos en interminables y estériles ciclos de opinión pública volátil en nuestro interior.

En menores dimensiones, quizás sea la única manera que tengamos para construir un progresismo eficaz en comunidades como Madrid, Valencia o Murcia.

2025787_550x550_mb_art_r0.jpgUna de las mitificaciones del proceso norteamericano de primarias es la idea de que los candidatos son elegidos por votación directa en algunos casos como Iowa o Nevada de cualquier ciudadano, en otros como New Hampshire de los votantes que se registran como simpatizantes de un partido.

 Pues bien no es cierto, en las primarias de los estados no se vota al candidato, sino que se eligen a los delegados que representarán a cada Estado en la Convención Nacional de cada partido. En este sentido cada partido es libre de organizar la representación de los Estados en su Convención y la asignación de delegados obedece a razones diversas (población, afiliación…). En este supermartes los demócratas se juegan en 24 Estados cerca de 2000 votos en la Convención, mientras que los republicanos elegirán a poco más de 1100 delegados.

El sistema de primarias fue establecido ante las continuas manipulaciones que los aparatos del Partido Demócrata y del Partido Republicano, realizaban para elegir delegados a las Convenciones, lo que dió lugar a que Theodore Roosvelt se escindiese del Partido Republicano, fundando el Partido Progresista que fue el primero en establecer un sistema de elección por primarias, que la práctica y la buena acogida, unido a un número infinito de manipulaciones en los tribunales por la asignación de delegados, llevaron a Demócratas y Republicanos a establecer este sistema y a los Estados a regularlo legislativamente.

Por tanto las características de las primarias en los Estados Unidos es que son un proceso de elección indirecta, similar al que en los partidos europeos se realiza cuando se eligen delegados a sus Congresos, pero que presenta varias particularidades:

+ Nace como reacción de desconfianza hacia los aparatos de los partidos mayoritarios, que manipulaban la elección de delegados a sus Convenciones Nacionales, en un país que como Estados Unidos tiene un sistema político de elección uninominal y que desde su nacimiento desconfía de los partidos políticos, de hecho Jefferson promueve que la Constitución americana ni siquiera los mencione.

+ Está regulado legalmente por cada Estado que además supervisa y certifíca el proceso, de manera que ha devenido en obligatorio para todos los partidos. Esto ha generado cerca de 50 sistemas de elecciones primarias pero grosso modo se pueden resumir en tres: abierta (vota cualquier ciudadano, por ejemplo en el Caucus de Iowa) semi-abierta (votan los ciudadanos registrados como simpatizantes de uno u otro partido como sucede en New Hampshire) o cerrada (solo votan los militantes).

+ Los partidos gozan de una amplia autonomía a la hora de asignar delegados a los Estados, pudiendo anular la participación de los delegados de los Estados si estos, como ha pasado recientemente deciden unilateralemente y sin contar con la dirección de los partidos, adelantar o retrasar las elecciones. Además en el caso del Partido Demócrata existe la figura de los superdelegados, que es un colegio de delegados que se designan desde la dirección demócrata directamente como participantes en la Convención.

Finalmente también es importante señalar que los delegados elegidos en las primarias, no acuden a la Convención con mandato imperativo y de hecho son frecuentes los cambios de votos y la indisciplina, principalmente en el Partido Demócrata. A modo de ejemplo de ello en la Convención Demócrata de 1968 Hubert Humpreys, entonces Vicepresidente de Lyndon Johnson, que ni siquiera se había presentado a las primarias fue designado candidato a la presidencia, debido a la influencia del Alcalde de Chicago y de los superdelegados sobre los delegados elegidos por las estructuras estatales.

Un sistema interesante que aunque no difiere tanto de los europeos, a veces suscita ansias de reforma en los partidos europeos para asemejarlos a los norteamericanos, en esto hay un par de buenas lecturas de José Antonio Gomez Yañez «Partidos sin Ley» y «Primarias» publicadas en El País, pero ese es otro debate….

tervia.jpgHablar de la tematización electoral que favorece a la izquierda o a la derecha, supone que previamente tenemos que analizar y aclarar varias cuestiones que pueden surgir como por ejemplo ¿qué es la izquierda?, ¿qué es la derecha?, ¿qué supone el progresismo o el conservadurismo?, etc.

Desde la caída del muro de Berlín en 1989 y la desaparición del llamado “socialismo real” que imperaba en la Unión Soviética y en sus países satélites estamos asistiendo a un fenómeno de reposicionamiento ideológico mundial, puesto que la antigua división del globo en bloques en cierta manera inspiraba la dialéctica política concreta de cada país, de manera que la izquierda en su conjunto y en su pluralidad tenía un referente ideológico en los países prosoviéticos, inclusive aquella izquierda contestataria con el comunismo como la socialdemocracia, mientras que la derecha tenía su referente en el modelo norteamericano más liberal.

Se ha extendido la idea de que con el fin de la división bipolar del mundo también habría desaparecido la dicotomía entre la izquierda y la derecha, debido al triunfo inapelable del modelo norteamericano de sociedad sobre el comunismo que se colapso solo. Las corrientes de pensamiento que proclaman el “Fin de la Historia” (Fukuyama: 1992) afirman que con el fin de la tradicional división ideológica, el mundo esta reagrupándose en “civilizaciones”, esto es,  en áreas geográficas afines en base a criterios étnicos, religiosos, económicos o sociales y que en consecuencia en el futuro la política estará marcada por la inevitable contradicción y enfrentamiento de “civilizaciones”. Estas corrientes de pensamiento apoyan el fin de las ideologías además en varios postulados que podemos agrupar en tres principios (Huntington: 1997):

§         La espontaneidad de los acontecimientos en el mundo actual y la inexistencia de margen para la acción política: para estos autores, las fuerzas de la razón económica son globales y por tanto prácticamente ingobernables para la política que tiene un ámbito de poder más reducido y apegado al Estado nacional, por lo tanto en opinión de quienes afirman que las ideologías han desaparecido tampoco cabría la diferenciación ideológica entre opciones, puesto que gobierne quien gobierne va a tener que hacer sustancialmente lo mismo

§         Las grandes transformaciones de nuestra sociedad: cierto es que vivimos en una época de cambios producidos por las nuevas tecnologías, los nuevos medios de comunicación y los recientes descubrimientos científicos que han revolucionado la vida de las personas.

Sin embargo ante postulados que afirman la desaparición de las ideologías, también han surgido teorías que aseguran que con la desaparición del sistema de bloques, sigue habiendo diferencias ideológicas muy profundas, entre la izquierda y la derecha y que desde luego hay margen para una acción política diferenciada entre opciones, que aunque compleja de explicar es sustancial en las países desarrollados.

Por ejemplo Norberto Bobbio (Bobbio: 1994) señala que aunque la izquierda ha salido tocada tras la caída del muro de Berlín, las diferencias existen y pueden enmarcarse en el concepto de igualdad, de tal manera que mientras la izquierda sigue luchando por el fin de las desigualdades, la derecha entiende a la sociedad como irremediablemente jerárquica.

Anthony Giddens (Giddens: 1998) sostiene que a pesar de lo que él denomina como “la muerte del socialismo” (cuando Giddens habla de socialismo está refiriéndose continuamente al marxismo) está surgiendo una “nueva izquierda” fusión de la socialdemocracia y el liberalismo superadora de la “vieja izquierda estatista” que se contrapone en el nuevo esquema ideológico de la Globalización a la “Nueva Derecha Neoliberal”.

 Incluso autores de procedencia marxista como Marta Harnecker (Harnecker: 1999) o Immanuel Wallerstein (Wallerstein: 1996), señalan que la globalización y la desaparición de la dinámica de bloques no ha terminado con la diferenciación entre la izquierda y la derecha, y que la supuesta falta de respuestas desde la izquierda al fenómeno de la globalización se debe exclusivamente a una crisis teórica que encuentra sus raíces en la incapacidad para elaborar un pensamiento propio y para  realizar un estudio riguroso de las experiencias socialistas que permita un análisis serio de las causas de su derrota y del desmoronamiento del “socialismo real”.

En este sentido también existe el convencimiento en las organizaciones de la izquierda internacional de que la dialéctica ideológica no ha desaparecido, aunque ha variado. El Informe de la Comisión Progreso Global (Global Progress; 1999) de la Internacional Socialista que se presentó al Congreso de Paris de 1999, señalaba que es cierto que las ideologías como sistemas cerrados y totalizadores han sido superadas, pero que cuando las ideologías se entienden como un conjunto de valores más progresistas e igualitaristas o más conservadores, es innegable que siguen estando vivas y siempre lo seguirán estando.

Igualmente otras iniciativas sostienen que la diferenciación ideológica no ha muerto, así pues en 1998 en Nueva York, se produjo el primer encuentro internacional sobre la “Tercera Vía” que fue seguido del “Policy Network” (Policy Network: 2003) celebrado en Londres en 2003 en ambos participaron importantes miembros de la Internacional Socialista como Tony Blair, Gerhard Schröeder, Göran Persson o Ricardo Lagos, junto con destacados miembros del Partido Demócrata norteamericano como Bill Clinton o Al From y miembros de la izquierda no encuadrada en la socialdemocracia como Luis Ignacio Lula Da Silva o Francesco Rutelli.

En ambos encuentros se trataron de cotejar las ideas de la izquierda internacional desde sus diferencias y en las conclusiones se manifestó que la globalización puede ser gobernada de otra manera desde otros valores, en definitiva desde la izquierda.

A este movimiento de defensa de la existencia de la dicotomía izquierda-derecha no han dejado de ser ajenos los partidos verdes europeos quienes en el Congreso de Constitución del Partido señalaron en su carta fundacional (en coincidencia con los postulados socialdemócratas) la necesidad de gobernar la Globalización.

Pero tampoco han sido indiferentes los otrora partidos comunistas europeos cuando constituyeron el Partido de la Izquierda Europea en 2004 en su manifiesto optaron por una postura de confrontación puesto que señalaba el mencionado documento que la Globalización debe ser combatida porque es el ultimo movimiento del capitalismo global para someter a las clases trabajadoras de todos los países, es decir desde este postulado la izquierda se asocia a la antiglobalización.

Todas estas posiciones doctrinales y políticas en definitiva sostienen que las diferencias entre izquierda y derecha siguen existiendo y que la globalización simplemente ha supuesto un cambio de terreno de juego y algunas reglas del mismo, sin embargo las principales decisiones sobre las cosas básicas que afectan a la vida de los ciudadanos pueden seguir ventilándose en la esfera de la política y desde una pluralidad de opciones.

En definitiva, puede concluirse que por un lado hay que tomar en serio las teorías que constatan el cambio mundial tras la caída del muro y la Globalización, porque son hechos históricos sin vuelta atrás, por tanto podemos acertar al indicar que tanto Fukuyama como S. Huntington tienen una posición correcta al señalar la obviedad de que el mundo bipolar ha desaparecido, no obstante no es menos cierto que la situación creada tras la desaparición de los bloques, no ha diluido la diferenciación ideológica entre la izquierda y la derecha puesto que como señala Bobbio esta se basa permanentemente en razones morales y filosóficas  (el principio de igualdad) y coyunturalmente en modelos políticos nacionales como sucedió durante la Guerra Fría.

Por lo tanto esta dicotomía entre la izquierda y la derecha sigue plenamente vigente, aunque es cierto como señalan autores tan dispares como Harnecker o Giddens, que el cambio de terreno de juego (el escenario de la globalización) debe ser atendido desde la izquierda, en mayor medida que desde la derecha, porque ésta ya lo ha hecho, mediante un proceso de adaptación de sus postulados a las nuevas circunstancias 

LA TERCERA VÍA 

               En este contexto el primer intento de redefinición de la alternativa socialdemócrata tiene su orígen en Gran Bretaña en el movimiento que se ha denominado la «Tercera Vía». 

              A finales de los años 80 es en los países anglosajones es donde la embestida contra la izquierda se da con más virulencia, en los Estados Unidos por razones obvias puesto que su superpotencia adversaria en el mundo bipolar era la Unión Soviética  de la que bebía (incluso para negarla) la izquierda europea.

En los restantes países anglosajones la fuerza de las teorías neoliberales tiene como fundamento, la fuerte influencia (sobre todo en Gran Bretaña) de las políticas conservadoras procedentes de los Estados Unidos y que cristalizan en la era de Margaret Tatcher que realizó un desmantelamiento casi total del Estado del Bienestar construido en Gran Bretaña desde los años 50 (Giddens:1998) ha tenido manifestaciones en políticas seguidas por los gobiernos de países anglosajones como Australia o Nueva Zelanda, unida a una izquierda con unas características sui generis, que tradicionalmente la debilitaban en el plano del debate ideológico.

En un primer momento la izquierda anglosajona y norteamericana durante los años 80 e incluso antes de la caída del muro reaccionó plegándose a la ortodoxia más dura organizando  un discurso que pivotaba sobre los siguientes temas:

  

§         Política internacional de distensión e incluso de apuesta por la neutralidad: En los años 80 el Partido Laborista en su programa apostaba por la salida de Gran Bretaña tanto de la OTAN como de la entonces CEE, así como  por el abandono de las armas nucleares. Esta postura en un momento de crisis entre los bloques – recordemos que en los años 80 se produjo la invasión de Afganistán por la URSS, la invasión de Granada por los EEUU, etc –  fue hábilmente aprovechada por la derecha tatcherista que supo colocar a los laboristas como una opción irresponsable en política exterior y de seguridad. El Partido Demócrata también proponía una política de distensión con la URSS en un momento de crisis y de desmoronamiento que fue inteligentemente explotada por los Presidentes Reagan y George Bush quienes con su política de dialéctica anticomunista dejaron a sus contrincantes (Carter –1980-; Mondale –1984- y Dukakis –1988-) fuera de juego.

§         Defensa del sistema de bienestar creado desde finales de los años 40: esta es una pauta común en los partidos de la izquierda anglosajona y en el Partido Demócrata norteamericano (aunque en este último caso con las peculiaridades propias del modelo estadounidense). A finales de los 40 los presidentes demócratas (Roosvelt, Truman, Kennedy, sobre todo Johnson y Carter) y los primeros ministros del Labour Party (Atlee, Harold Wilson, etc.) habían impulsado un modelo social que pretendía terminar con la exclusión y que se basaba en líneas generales, en el esfuerzo por extender la salud, la educación y los subsidios a los más desfavorecidos y en un altísimo sistema impositivo y de cotizaciones. Este sistema fue el trampolín de los sectores más desfavorecidos hacia la clase media. Sin embargo con el tiempo la derecha supo hacer ver a los nuevos sectores de la clase media que sostener este sistema era un despilfarro porque la mayoría de la población ya no lo necesitaba y los que lo necesitaban se instalaban cómodamente en la “Cultura del subsidio” y era un incordio para el progreso económico porque requería de mucho esfuerzo económico. A mediados y finales de los 80 el Labour y los Demócratas norteamericanos mantenían un discurso de reclamar el esfuerzo de todos para mantener los logros del sistema de bienestar social sin proponer reformas o agilizarlo.

§         Apuesta decidida por la intervención pública del Estado: cuando a mediados y finales de los 80 se constata la crisis del sector público empresarial por su falta de productividad y se comienzan a plantear las liberalizaciones económicas en sectores estratégicos que requieren de competencia para su desarrollo (telecomunicaciones, sector naval, carbón) sobre todo los laboristas británicos se enrocan, seguramente fuertemente presionados por los sindicatos (que en el movimiento demócrata y laborista son realmente un poder fáctico y en el caso del Labour Party británico controla su estructura durante los 80 y 90) en la defensa del sistema de empresas públicas tal cual estaba frente a las privatizaciones (que no liberalizaciones) que proponía la derecha, de manera que este tema fue inteligentemente aprovechado por la derecha republicana y conservadora que hizo aparecer a los laboristas y demócratas como despilfarradores.

Las estrepitosas derrotas de los demócratas y de los laboristas, pusieron en marcha una serie de estudios electorales que trataban de demostrar por qué los antiguos sectores sociales a los que la izquierda había conducido al bienestar social le daban la espalda y se pasaban a la derecha, en este ámbito hay que destacar los trabajos de la Consultoría Norteamericana Greenberg Research, (Stanley Greenberg: 1990) que realizó importantes sondeos entre los “Reagan´s Democrats” y los antiguos votantes ingleses del labour y  detectó dos elementos importantes:

§         En primer lugar los antiguos votantes de izquierdas percibían que los partidos de la izquierda hablaban de temas de justicia social (sanidad, educación, pensiones) que por un lado y gracias a sus políticas ya eran de acceso universal pero que a ellos no les tocaban directamente puesto que en la mayoría de los casos se trataba de personas de edad media sin necesidad de médicos o de seguir estudiando y con un nivel suficiente de ingresos y que se agobiaban por los impuestos que tenían que pagar, es decir de personas que una vez logrado un mínimo bienestar tenían otros problemas que la izquierda no atendía.

§         En segundo lugar que el lenguaje político de ese periodo histórico era favorable a la derecha es decir la política se jugaba en el campo de la riqueza.

A partir de estos análisis y estudios surgen a finales de los 80 los denominados Nuevos Demócratas, un grupo auspiciado por en Comité Nacional Demócrata y que recogía en su seno a Electos Demócratas (como el Gobernador de Arkansas Bill Clinton, el Senador Al Gore o el Congresista Bill Richardson) este grupo apostaba por  ha denominado una estrategia de triangulación, en este caso proponían políticas progresistas que partían de postulados moderados en materia de impuestos, intervención económica o política internacional y que se internaban, dando una respuesta de izquierdas, en materias propias del adversario (familia, seguridad ciudadana, estimulo del crecimiento económico, etc). (Morris: 2002) Este movimiento pronto fue denominado “The Third Way” “La Tercera Vía” y pretendía ir más allá de la mera defensa del statu quo burocrático y de la pretensión conservadora de, simplemente, desmantelar el Gobierno.  (Obiols: 1999)

El éxito de los postulados de los nuevos demócratas estadounidenses, supuso que en 1992 recuperaron la Presidencia para Bill Clinton, lo que dio alas a los laboristas que tras un convulso periodo de crisis interna que desembocó en el fin del control de los sindicatos sobre el partido y en el abandono del marxismo con la abolición de la cláusula 4ª, así como  en el  cambio de algunos lideres  y la elección de Tony Blair; deciden imprimir un nuevo rumbo a su posicionamiento político. Es con la cita electoral de 1997 cuando Tony Blair lanza su propio concepto de “Tercera Vía” que después desarrollará Anthony Giddens, director del London School of Economics. La nueva vía de Tony Blair (Blair: 1998) se caracteriza por estos puntos:

1.      Es un término medio entre dos sistemas de organización económica y social (Capitalismo y Socialismo) esto es entre Mercado y Estado que surge de la síntesis de las dos grandes corrientes de la izquierda, el socialismo y el liberalismo.

2.      Apuesta por una sociedad civil fuerte, basada en los derechos y en los deberes de los ciudadanos.

3.      Quizá la aportación más importante y la más desconocida es la apuesta por el Gobierno activo basado en la descentralización y la participación ciudadana.

4.      Es inequívocamente internacionalista.

Anthony Giddens esquematiza los puntos que caracterizan a la Tercera Vía de forma clarificadora (Giddens: 1998):

Justicia Social – Protección de los vulnerables – Libertad entendida como autonomía – No hay derechos sin responsabilidades – No hay autoridad sin democracia – Pluralismo cosmopolita – conservadurismo filosófico –

Tanto los postulados de la Tercera Vía de los laboristas, como de los Nuevos Demócratas convergieron a partir de los encuentros de Nueva York y Washington en 1998. En ambos casos a pesar del intento por contar con la presencia de los líderes socialistas del momento, el nuevo posicionamiento de la izquierda anglosajona tuvo las reticencias de la Internacional Socialista, pues tanto Jospin, como Wim Kok y Antonio Guterres declinaron la invitación. (Plaff: 1998). Por su parte, Giddens criticó esta falta de entendimiento de lo que significaba la Tercera Vía y en todo momento negó que fuese Tatcherismo con rostro humano. (Giddens: 1999).

Tanto los demócratas como los  laboristas adoptaron una  temática electoral que les dio buenos resultados, lo que pudo observarse hasta el 2000  en el caso de los demócratas y continúa hasta hoy  para  los laboristas. Ésta temática se centra en  los siguientes puntos:

§         Nuevo Estado Democrático.

§         Descentralización del poder hacia arriba y hacia abajo: este tema defendido por la izquierda anglosajona supone una ruptura con el aislacionismo clásico de estos países: en el caso anglosajón es una apuesta decidida por la UE y en el caso norteamericano se basa en un voto de confianza para la ONU.  La descentralización ad intra, supone en el caso británico la devolution de la autonomía a las regiones y un impulso a los gobiernos locales como administración más ágil y cercana al ciudadano.

§         Doble democratización: ésta es la denominada “Reinvención del Gobierno” que supone un impulso a la desburocratización y a la calidad en el servicio público, es decir la aplicación progresista de la Nueva Gestión Pública.

§         Mecanismos de democracia directa: la descentralización debe suponer un aumento de los mecanismos de democracia directa allí donde es posible, principalmente en la esfera local. En este sentido hay que destacar el éxito de la reforma de Blair en el Gobierno Local, que ha supuesto como señala, un aumento en la participación y concienciación cívica de los británicos. (Lewis: 2004).

§         Prevención del Crimen basada en la Comunidad: este es un elemento clave en los éxitos electorales de Clinton y Blair, ambos apuestan por introducir un tema de la derecha en sus discursos y darle una respuesta progresista (el crimen no solo se combate con el castigo sino con la educación en la responsabilidad).

§         Una política progresista de la familia.

§         Economía mixta con preponderancia del mercado: apuesta por el mercado como regulador, por el papel progresista del emprendedor y con una intervención mínima del Estado.

§         Modernización Ecológica: las cuestiones medioambientales tienen una fuerte impronta en las administraciones Blair y Clinton (en ello jugó un importante papel Al Gore como Vicepresidente) y son un elemento nuevo en la temática de la izquierda laborista y demócrata.

§         Fin de la cultura del subsidio y nuevo papel del Estado: se apuesta por que el Estado tiene que garantizar a los ciudadanos las condiciones necesarias para que estos entren a competir en el mercado laboral, para ello los laboristas y demócratas apuestan por recortes drásticos en las ayudas sociales al desempleo y en un reforzamiento de la educación a todos los niveles de la sociedad como verdadero motor de igualdad de oportunidades, además apuestan decididamente por los sevicios de apoyo y recolocación de desempleados de naturaleza pública y por garantizar los subsidios a quienes lo necesiten por sus dificultades para retornar al mercado laboral, con lo cual no se suprime la ayuda pero se adapta para hacerlo sostenible.

La Tercera Vía puede parecer un cierto postulado temeroso del neoliberalismo que no puede renunciar a ciertas reformas impulsadas por el Tatcherismo y en parte es así, sin embargo ha sido para la izquierda, en particular para la socialdemocracia, un importante impulso en una doble dirección puesto que por un lado le ha permitido afrontar una respuesta a determinados elementos de la globalización que no parecía tener claros como por ejemplo la perdida de poder del Estado hacia dentro, es decir hacia los gobiernos locales. De otro ha permitido a la izquierda entrar en temas que le eran ajenos y que los electorados atribuían como mejor gestionados a la derecha cuyo caso más evidente es el de la seguridad ciudadana basada en la comunidad y en la educación en la responsabilidad, así como la familia.

Leyendo hoy el blog de Joaquín Leguina me he decidido a mandarle un comentario, ahí va:

Aceptando que no se puede ser de izquierdas otorgando derechos en función de la comunidad cultural que algunos «expertos» o predicadores otorgan a un grupo humano -y eso vale tanto para el nacionalismo como para un multiculturalismo político mal entendido- el argumento se queda corto.

Porque los derechos, tanto legales como sociales, que nosotros tenemos en España, están en función de un estado -de bienestar- que los distribuye y asegura, y el estado está en función de una soberanía nacional que en su germen no se diferencia del que tienen los nacionalismos.

La soberanía, concepto todo lo chusco que se quiera, está muy asociada a la idea de nación, al de poder, o poderes que se llevan bien en un mismo espacio y a falsas creencias en una cultura común -como si la cultura pudiese ser única y homogénea-

La diferencia no está en eso, sino en que la «izquierda» da a esa herencia histórica del estado -que a su vez es heredero del cruce de linajes de casas reales luchando por el dominio del resto- un impulso universal, al menos dentro de sus fronteras, y en la medida de lo posible fuera.

Y quiero que se me entienda, a mi no me gustan los nacionalismos, pero creo que criticarlos haciendo un canto al igualitarismo y contra las fronteras, sólo le da razones a ellos por nuestra incoherencia o por negarles algo de lo que nosotros si hacemos uso –la soberanía-

Más bien lo que diferencia a la izquierda –con sentido de gobierno y estado- del nacionalismo, es que una usa la soberanía para ampliar derechos, como por ejemplo los lingüísticos, y los nacionalismos para restringir unos y apoyar otros. La izquierda democrática juega a crecer y el nacionalismo a un juego de suma cero.

Quizás la diferencia entre la izquierda y el nacionalismo, más que de igualitarismo y de identidad, sea de la racionalidad aplicada al juego del estado.

LA DOMINACIÓN.

De la oposición y la lucha contra la dominación nace el republicanismo, su concepción y su historia de batallas y logros en nombre de la libertad. En el segundo capítulo Pettit trata de perfilar conceptualmente eso a lo que se opone esta tradición, a la interferencia arbitraria dentro de una sociedad.

No tener que bajar la mirada ante otro, poder ir de frente y sin miedo, viene de un impulso que yo diría que es casi ancestral o incluso biológico del hombre. Pettit no va tan atrás sino que lo enmarca allí donde tiene cabida la discusión política, en el estado. Para él la dominación, eso que nos hace estar un escalón por debajo del dominador y nos lleva a rehuir su atención por miedo, viene cuando éste interfiere arbitrariamente en nuestras opciones y elecciones que vamos encontrando y construyendo a lo largo de nuestra vida.

Esto puede pasar de muchas maneras, la interferencia no tiene porque ser sólo la evidente, que es la coerción física, también puede ser la de la voluntad, a través de castigos o amenazas de castigo -a eso que llamamos maltratos psicológicos, desde esta óptica se vería como una forma de dominación- e incluso la dominación se puede presentar en forma de manipulación, como puede ser la de controlar la agenda política. Pettit señala que esta forma no ha sido tenida en cuenta durante siglos, quizás por la misma forma de hacer política, donde la transparencia no ha sido uno de los valores fundamentales.

Hasta hace bien poco, la lucha contra la manipulación, ni era lo más atractivo que podía ofrecer una causa política, ni era una demanda fundamental de la ciudadanía. Pero ahora, en la sociedad del conocimiento donde la información lo es casi todo, esta forma de dominación, de interferencia arbitraria, tiene que ser contrarrestada, ya no basta con que los poderes se controlen a sí mismos con la antigua forma de la división de los poderes de Montesquieu; el acceso a la información de importancia se hace vital para ser libre eligiendo. Debe ser la sociedad global la que se pueda inspeccionar a sí misma.

ARBITRARIEDAD DEL ESTADO

Como ya hemos dicho en otras entradas, arbitrario no es tomar en consideración las opiniones y los intereses sobre los que se interfiere. No habría dominación de una persona sobre mí si se inmiscuye en mis opciones siempre y cuando lo haga atendiendo a lo que yo le diga y a que pueda tener control sobre ello. ¿Y en el caso de estado? ¿Estaría actuando arbitrariamente si actúa interfiriendo la voluntad de un ciudadano? Por ejemplo, alguien que se niega a pagar los impuestos o a respetar las normas de tráfico.

Pettit contesta argumentando que un estado no se ocupa de los intereses individuales que pueda tener una persona, sino aquellos que son comunes a todos. El estado diríamos, siguiendo al filósofo, se ocupa de intereses públicos, de los que están entrelazados entre los ciudadanos.

El estado para conocer estos intereses compartidos necesita disponer de la visión de la sociedad de cada una de las partes, por eso la libertad de opinar se hace fundamental y más a un la libertad de crítica posterior, vigilante de que las acciones del estado terminen siendo banderizas o faccionales. Programas de televisión como tengo una pregunta para usted, responderían a este tipo de exigencias republicanas. A las que por cierto Zapatero es el primero que se somete. Impulsa su propio control externo.

Y en último término está el control a través de unas elecciones libres y democráticas.

Este cuestionamiento constante del poder de interferencia se ve con mayor respaldo tras unos temibles hijos de finales del siglo XIX: el populismo y la libertad de contrato para imponer cualquiera de sus términos. Con el populismo, con esa verdad de la mayoría, con ese pueblo que habla, las minorías nada tienen que hacer ni protestar, aunque las estén exterminando. Con ese tipo de libertad de contrato, uno puede que tenga que llegar a la esclavitud si quiere entrar en el sistema de trabajo. Dos cosas que por supuesto sucedieron.

Felizmente, un poco de reflexión un poco de reflexión muestra que lo que se requiere para que no haya arbitrariedad en el ejercicio de un determinado poder no es el consentimiento real a ese poder, sino la permanente posibilidad de ponerlo en cuestión, de disputarlo. De acuerdo con lo dicho antes, el estado no interfiere de modo arbitrario mientras su interferencia se guíe por ciertos intereses e interpretaciones relevantes y compartidos por los afectados. Esto no significa que las gentes tengan que consentir activamente las disposiciones, de acuerdo con las cuales actúa el estado. Lo que significa, es cambio, es que siempre tiene que estar abierta la posibilidad de que los miembros de la sociedad, procedan del rincón que sea, puedan disputar el supuesto de que los intereses y las interpretaciones que guían la acción del estado son realmente compartidos; y si el cuestionamiento de este supuesto es sostenible, tiene que alterarse la pauta de acción del estado. (P.91)

¿Pero sólo la crítica puede acabar con la dominación? Recordemos que no sólo un jefe político puede dominar a través de la fuerza del Estado, también lo puede hacer un funcionario o la autoridad pública. Y difícilmente la crítica mellará su actividad. Así también hace falta un sistema de sanciones y leyes coercitivas levantadas sobre un orden constitucional.

El control público que asegura la no-dominación estaría pues en la libertad de opinión y en las sanciones bajo parámetros constitucionales. Yo añadiría una transparencia obligatoria -constitucional- de la agenda política, legislativa, económica, comunicativa y judicial.

EL DERECHO Y LA LIBERTAD

[Léase teniendo en mente la manipulación del valor libertad que hace la derecha, especialmente Esperanza Aguirre, Rajoy y Aznar. Cuando acusan falazmente al gobierno de legislar entrometiéndose en las libertades individuales.

Creo que la principal batalla ideológica ante las próximas elecciones generales -y por tanto la piedra de toque fundamental , por mucho que digan los gurus de la gestión y los gráficos-va a estar en torno al concepto de libertad. Batalla que va a estar llena de trampas mediáticas difíciles de evitar si no se prepara un solido discurso previo.]

Ahora entra en escena esa parte de la teoría política republicana que ha sido acusada restringir las libertades individuales y de implementar un ideal de libertad positivo: El derecho. Pero como ya señalamos, esta parte no es el ideal de libertad, sino su salvaguardia, su recubrimiento. Que además procura recoger los intereses y las opiniones de los afectados, en las normas que dicta. Y que será controlada gracias a un sistema que balancea poderes y que procura un control democrático sobre quien escribe las reglas.

Los republicanos sostienen que el derecho propiamente constituido es constitutivo de la libertad (…) De acuerdo con la más temprana doctrina republicana, las leyes de un estado factible, y en particular, las leyes de una república, crean la libertad de que disfrutan los ciudadanos; no mitigan esa libertad, ni siquiera de un modo ulteriormente compensable.(P.57)

Una idea para entender lo anterior sería diferenciar entre reglas impuestas por una autoridad arbitraria y reglas que aseguran derechos de los ciudadanos. Tener derechos pasa por tener las leyes que los describen y los protegen. Y tener un derecho es tener la opción de actuar de una determinada manera si así uno lo quiere. Sí un minusválido quiere ir a la universidad tiene que tener el derecho de hacerlo y las opciones tienen que ser reales, y por tanto tiene que tener leyes que propicien esa opción, como la de hacer accesible las infraestructuras de transporte o los edificios universitarios. Sí no existen leyes de este tipo difícilmente un minusválido puede tener la libertad de ir a la universidad.

La línea seguida por los republicanos se revela en su concepción de la libertad como ciudadanía o cívitas. La ciudadanía es un estatus que sólo puede existir bajo un régimen adecuado de derecho: como dice un comentarista de la tradición republicana, << el rasgo capital de la civitas es el imperio de la ley>> (Viroli) (…) De manera que la libertad es vista en la tradición republicana como un estatus que existe sólo bajo un régimen jurídico adecuado. (Pag.57)

Además Pettit para proteger de las leyes de la arbitrariedad establece un control a partir de intereses y opiniones de los afectados:

Huelga decir que las leyes sólo hacen eso mientras respeten los intereses y las ideas comunes del pueblo y se atengan a la imagen de un derecho ideal: mientras no se conviertan en los instrumentos de la voluntad arbitraria de un individuo o grupo. Cuando las leyes se convierten en los instrumentos de esa voluntad, entonces, de acuerdo con la tradición, nos las vemos con un régimen -el régimen despótico del monarca absoluto, pongamos por caso- en el que los ciudadanos se convierten en esclavos y se ven enteramente privados de su libertad. (P.59)

Idea con la que me permito no estar de acuerdo con Pettit, al menos en parte, porque veo imposible respetar intereses e ideas comunes cuando se construye o se desarrolla una sociedad desde la política y el derecho. En el indefectible cambio de toda sociedad está que los intereses y opiniones cambian a cada movimiento. E introducir normas legislativas ya constituye un cambio del sistema y por tanto de los intereses que hay en él. Otra cosa es legislar de acuerdo a una perspectiva que de acuerdo a unos valores respeta la cohesión social y procure no ejercer injusticias a los particulares mediante sus cambios -cosa que quizás queda recogida en su expresión: se atengan a la imagen de un derecho ideal –

Este papel del derecho, y el poder que otorga a los cargos políticos, aparte de atender a intereses y opiniones, es, además, controlado gracias a un sistema que balancea poderes, asegura la el carácter representativo y procura rotar las personas de los puestos de poder.

Yo lo resumiría en dos puntos: corrigiendo un poco a Pettit a) Generalización de intereses y opiniones, y b) Control entre los diferentes poderes y la democracia.

CONTRA LA LIBERTAD REPUBLICANA.

Este ideal sufrió su mayor ataque en el siglo XVIII por parte del filósofo Thomas Hobbes. Para él la libertad era cosa de no interferencia, más que de no dominación. Un hombre libre <<es quien no se ve impedido de algo que quiera hacer en aquellas cosas para las que le capacitan su vigor y su ingenio>> La libertad era definida como ausencia de coerción. Con esta definición llegaba a la conclusión de que todo derecho era restricción de libertades. Y con ello podía justificar una equiparación entre gobierno republicano y despótico, porque los dos tenían que dictar leyes que menoscababan la libertad de sus súbditos.

– Si aceptamos las premisas de Hobbes, y añadimos que en sociedad nuestras acciones, casi diría por necesidad, interfieren en las de los demás, tenemos que libre sólo puede ser aquel que domine a todos atemorizándoles de tal modo, ya sea por violencia directa o indirecta, que ninguno se atreva a cruzarse en su camino, o se aparte de él. Con esta concepción sólo puede ser libre el que es un lobo para los demás; el lobo más peligroso y despótico –
Hobbes sacó la libertad de las leyes, como dice Pettit:

Su objetivo último era la defensa del estado autoritario, y servía bien a sus propósitos el poder argüir que no había conjunto algo de leyes que estuviera particularmente asociado a la libertad (P. 60)

Para Hobbes y posteriores seguidores suyos seguidores suyos como John Lind -panfletista del Primer Ministro– la argumentación pasaba por demostrar que en un régimen republicano y en uno absolutista las personas iban a tener las mismas libertades, teniendo por el contrario el absolutista un mayor número de beneficios de otro tipo. Así las colonias americanas no podían quejarse de tener una libertad menor que la que disfrutaban los habitantes de Gran Bretaña.

Esta equiparación tuvo su contestación por parte de los republicanos de la época, aclarándole que el derecho de una república no es ni siquiera un mal menor que restrinja unas libertades para mantener otras, sino que está hecho para desarrollar y proteger libertades.

Contestó Harrington en su Oceanía:

 Para Harrington, la libertad en sentido propio es la libertad merced a las leyes, a las leyes -esa es la libertad en el sentido de la ciudadanía- mientras que la libertad respecto de las leyes tiene una relevancia menor. (P.61)

Harrignton: <<un imperio de leyes, no de hombres>>

Y Price:

<<no es… la mera posesión de la libertad lo que permite llamar libres a un ciudadano o a una comunidad, sino la seguridad de poseerla que dimana de un gobierno libre…, según se da éste cuando no existe ningún poder que pueda anular la libertad>> (P.62-63)

¿Por qué este choque? ¿Quién tiene razón? ¿El derecho promociona y protege libertades o las anula al imponer normas? La confrontación no viene de la concepción del derecho sino sobre lo que se aplica. Para unos, los republicanos, se aplica sobre una sociedad donde se pueden dar situaciones de dominación, donde hay personas que teniendo una idea de cómo llevar su vida, pueden verse sometidos a la arbitrariedad de los poderosos; para otros, como Hobbes y sus herederos, se aplica sobre una libertad natural que tienen todos los hombres y que en sociedad es restringida. Libertad natural, que para mí tienen que ver más con una mala metáfora zoológica -como esos documentales televisivos sobre animales, donde el narrador cuenta una melodramática historia de una familia de leopardos- que con una concepción sería del hombre y su nicho social.

Quizás contrarrestar las ideas de Hobbes de una forma efectiva sin caer en sus trampas, pase por negar la existencia de este libre y salvaje hombre natural preocupado con lo que el estado podía hacer con él, más que nada porque nunca existió en la historia de la humanidad. Este hombre en estado de naturaleza salvaje, siendo un lobo para otros hombres, nada tiene que hacer si se atiende por un momento a la aristotélica premisa de que el hombre es un animal político -y no una fiera devorada- por naturaleza.

Inmigración y Población 

 

Es evidente que no se puede hablar de Estado sin población, al igual que tampoco puede hacerse sin el elemento del territorio o el poder, si no existe una base poblacional cohesionada los otros dos elementos quedan vacíos o inexistentes y por tanto no se podría hablar de Estado en puridad.

Una de las características del Estado moderno es una tendencia a la homogeneización de su población bien por vínculos profundos e identitarios de origen como puede ser el caso de países como Portugal o Grecia, en donde se puede afirmar grosso modo que existe una unidad cultural, lingüística o social con un alto grado de uniformidad, el desarrollo de otros Estados, cuyo punto de partida es una pluralidad, ha conllevado que la homogeneización se logre mediante la imposición de una de las identidades existentes en el territorio sobre las demás, este sería el ejemplo típico de Francia donde se impuso un modelo tendente al unitarismo frente a las peculiaridades bretona, occitana o alsaciana; finalmente otro tercer grupo de Estados aun siendo plurales hacen de esa pluralidad su seña de identidad y por extensión de homogeneización de sus habitantes, tal sería el caso de Canadá, España (a pesar de tendencias unitaristas a lo largo de la historia) Suiza, Estados Unidos o en menor medida Bélgica.

En estos tres modelos de entender el elemento poblacional, en los que bien se haya optado por la asimilación unitarista, la pluralidad identitaria o simplemente se asuma una realidad común anterior, hablamos de una seña de identidad del Estado caracterizada por un vínculo entre las personas, que coexisten en ese mencionado territorio, que con el paso del tiempo ha ido haciéndose más claro e inequívoco conformando una base humana con un fuerte sentimiento de identidad.

En este sentido la inmigración choca con este paradigma del Estado moderno, porque si bien es cierto que desplazamientos de personas siempre se han producido, el hecho de que los medios de transporte se hayan desarrollado como lo han hecho en los últimos años del Siglo XX, unido a que los medios de comunicación también han experimentado una revolución sin precedentes hasta tal punto que en los países menos desarrollados llega el way of life del primer mundo continuamente, de forma que las distancias se reducen y el desplazamiento de personas que reciben los Estados desarrollados ya no es aislado de otras zonas o de países limítrofes en los que por proximidad pueden existir vínculos culturales o sociales más cercanos, que faciliten la adaptación de los inmigrantes, sino continuo, constante, en aumento y de zonas del planeta que poco o nada pueden tener que ver con los países de destino lo cual conlleva que se esté conformando un tejido poblacional basado en la pluralidad de identidades y por lo tanto no ya en la homogeneización, lo cual supone que ese nuevo paradigma puede crear y en ocasiones crea tensiones sociales, por ejemplo la problemática del velo en la escuela pública francesa o determinadas tradiciones culturales en relación al papel de la mujer de los países islámicos, toda vez que en un periodo relativamente escaso de tiempo se están concentrando núcleos de población de diversas características, valores socioculturales y tradiciones diversas en un espacio que durante siglos ha sido ocupado por una población más o menos homogénea.

 

Inmigración y Territorio. 

 

Si nos aproximamos al segundo elemento, el territorio, es obvio que si la población se organiza y se somete a un poder, el marco donde sucede esto, el territorio es esencial para delimitar cuando hablamos de Estado, sin duda es el elemento que puede suscitar mayor conocimiento y en cierto sentido también consenso cuando se trata de delimitar la idea del Estado.

El elemento del territorio tiene por consiguiente una doble dimensión para el Estado, puesto que se trata por un lado del espacio compartido por los habitantes del Estado, pero de otro el territorio tiene límites, fronteras, que separan un Estado de otro y por tanto separan distintas poblaciones y distintas formas de entender el poder.

Sin embargo en los últimos años, el proceso de globalización económica ha supuesto el fin de las fronteras para la economía[1], con lo cual se ha abierto un nuevo espacio de libertad de circulación de capitales que ha conllevado también una mayor facilidad de circulación de personas, lo que unido al desarrollo de los medios de transporte, de comunicación y al impacto del bienestar de los Estados desarrollados en las zonas más desfavorecidas del planeta conducen a que los antiguos límites territoriales y controles se vean desbordados por desplazamientos constantes de muchas personas que van a instalarse de un lugar a otro.

Por lo tanto en este sentido es pertinente señalar que ante los actuales flujos de inmigración, la clásica política de control de fronteras de los Estados se ve impotente y desbordada puesto que por un lado los propios Estados realizan actuaciones contradictorias consigo mismos puesto que simultaneamente tienen que proceder a una mayor apertura de fronteras, fruto de la integración económica supranacional en determinados ámbitos regionales, piénsese en el Tratado de Libre Comercio entre Canadá, Estados Unidos y México o la Unión Europea, mientras tratan de mantener un tapón sobre los flujos migratorios, tratando de aferrarse a la idea de frontera como delimitación del territorio en sentido clásico, como si fuese posible separar ambos fenómenos.

 

Inmigración y Poder.

 

Cuando se analizan los tres elementos que conforman la idea de Estado moderno, la idea de cierre es la de poder, es decir una vez existe una población establecida en un espacio territorial, se tiene que someter a unas reglas de organización política, sin las cuales no se puede hablar de Estado, propiamente dicho. Puede parecer que el fenómeno de la inmigración toca muy de pasada, este elemento de cierre del concepto de Estado en sus múltiples definiciones y variantes, sin embargo estamos ante un factor que se ve cuando menos igual de desafiado que los dos anteriores, sobre una doble dimensión, territorial y de ciudadana o de legitimación.

La dimensión territorial del poder, se ve desbordada por la realidad de la inmigración en varios ámbitos, ad extra en tanto que en el marco del proceso de integración supranacional de Estados, por ejemplo de la Unión Europea, no solo crea espacios económicos o políticos comunes si no que crea intereses comunes que superan a los del Estado per se y conllevan que políticas antaño propias y soberanas de los Estados pasen a ser políticas compartidas, un buen ejemplo en la Unión Europea sería la regulación de las fronteras, puesto que al diluirse entre socios, se crean fronteras comunes, de manera que aunque Alemania o Francia carezcan de fronteras con Estados no comunitarios, la política de fronteras de países como España que sí la tienen, les afectan y por tanto la soberanía estatal, española en este caso, para controlar sus fronteras se ve condicionada por una política común de fronteras puesto que el interés en el control de los flujos es común.

 Si atendemos al elemento interno de la organización territorial del poder, la inmigración plantea un reto a los Estados en dos escenarios, por un lado en aquellos Estados políticamente descentralizados como España, Canadá o Estados Unidos, surgen problemáticas relativas a la competencia en cuanto a la gestión del fenómeno, puesto que autonomía política implica que dentro de un marco común puede haber distintos modelos y políticas económicas, sociales, urbanísticas o educativas, de todo tipo que fomenten que en cada territorio del Estado los problemas de inmigración sean muy diferentes, por ejemplo en España una comunidad con un fuerte peso de la Agricultura en su economía como Castilla y León atraerá un tipo de inmigración determinado con unos problemas de integración que pueden ser diferentes a otros territorios en que como Andalucía sea el sector hostelero el que llame a otro tipo de inmigración, en el caso Español el debate sobre las reformas de los Estatutos de Autonomía recoge este asunto puesto que las Comunidades Autónomas, pero también las entidades locales reclaman un mayor poder sobre las políticas de inmigración y por tanto el Estado, que de por si se ve desbordado exteriormente, también se ve desbordado ad intra.  

En cuanto a la dimensión ciudadana o de legitimación del poder que se ve afectada por el fenómeno de la inmigración, no se analiza una cuestión de poca importancia, puesto que el poder en el Estado no solo se ejerce, sino que necesita legitimación de la población que está sometida a él.

En este contexto la inmigración implica que, dado que en los Estados de recepción se está procediendo a regular una multiplicidad de permisos y situaciones de estancia[1] que en muchas ocasiones de manera que la población inmigrante carece de derechos equiparables a los ciudadanos del país donde residen, lo cual es un riesgo porque puede crear bolsas de descontentos en ambos colectivos, en el caso de los inmigrantes porque a pesar de que están trabajando y cumpliendo con obligaciones ciudadanas (como pagar impuestos o cotizar a la Seguridad Social) se ven privados de determinados derechos civiles de ciudadanía como puedan ser el derecho de sufragio en determinadas elecciones que les afecten o derechos de libertad de movimientos o de intimidad, con lo cual se crea por un lado diversas categorías de personas, lo cual trastoca la idea de los Estados democráticos de la no discriminación pero a su vez en el lado de los ciudadanos del país de recepción, en aquellos sectores más desfavorecidos puede crearse la sensación en momentos de recortes de servicios públicos (como los operados en España por el PP) de que existe una falsa competencia con los inmigrantes, que por su condición de llegada suelen estar también económicamente desfavorecidos, para lograr ayudas sociales que cuando les son negadas crean un malestar en esta población ciudadana de pleno derecho que tiene la percepción de que le usurpan sus derechos. En definitiva esto muestra que por un lado una minoría que crece y que puede terminar siendo mayoritaria o suficientemente representativa pero que se ve sistemáticamente fuera del juego político creando un nuevo “Tercer Estado” por utilizar la terminología de Sieyès[2] y de otro unas capas sociales desfavorecidas que se pueden sentir abandonadas por el Estado, que como una de sus finalidades tendría garantizarles la dignidad y que se ven desplazadas por población de otros países, tendencias éstas que llevan a romper la cohesión social y a crear tensiones que en ultimo término sirven para que la población cuestione el poder y por tanto la legitimidad del mismo se vea comprometida.


[1] Carlos Jiménez Romero, 2003.

[2] Emmanuel Sieyès, 1989.

[1] Saskia Sassen, 2001.

 

Cuando se estudia la incidencia que tiene y los retos que plante la inmigración al Estado debe establecerse este análisis sobre dos premisas, en primer lugar que el factor que lanza los retos, el fenómeno migratorio, no es una realidad nueva y en segundo lugar que el elemento que se ve impactado por el fenómeno anteriormente señalado, el Estado, es un concepto que puede ser muy variable y por lo tanto difícilmente acotable en una definición.

 

En relación al primer factor, hay que tener en cuenta que el desplazamiento de personas de un lugar a otro, buscando mejores condiciones de vida por razones diversas (clima, prosperidad, riqueza territorial, etc.) es algo que ya se ha producido a lo largo de la historia, la Antigua Roma, sin ir más lejos, tuvo que asumir la llegada, a la capital del Imperio, de flujos de personas de diversos orígenes, culturas y tradiciones muy diferentes entre sí, mediante actuaciones de diverso tipo como la ordenación urbana, procura de agua y alcantarillado a las nuevas edificaciones de una ciudad en continuo crecimiento o reformando su sistema legal para afrontar supuestos interpersonales de sujetos de distintas procedencias.

 

Por su parte el segundo elemento de análisis, tampoco es nuevo, si bien es realmente complicado de conceptuar, puesto que cuando se habla de Estado, se enuncia un término de difícil acotación por razones emocionales e ideológicas.

 

Entre las muchas definiciones que se pueden dar del Estado pueden seleccionarse cuatro, cada una de las cuales puede explicar algunos determinados modelos de concebir el Estado, que se han tenido.  Una perspectiva tomista[1], diría que el Estado vendría a ser la ordenación de la razón, dirigida al bien común por quien tiene a su cargo cada comunidad temporal, inspirada en el orden divino, es decir esta postura explicaría un modelo de Estado teocéntrico, en el que el soberano, inspirado en el ordena divino dirigiría los destinos de las personas de su ámbito espacial. En cambio un análisis marxista[2] definiría el Estado como un instrumento espacial de dominación de clase, es decir el Estado sería una herramienta en manos de la clase burguesa preponderante en un territorio, a través de la cual mediante mecanismos identitarios de alienación hacen olvidar al proletariado su conciencia de clase. El autor Alemán carl Schmitt[3], entiende el Estado como la integración de la comunidad nacional bajo el mando del Fhürer. Finalmente Bobbio[4] concibe el Estado como la legitimación del poder, democráticamente legitimado para remover los obstáculos, permitiendo desarrollar a los ciudadanos sus planes de vida libremente elegidos.

 

Estas cuatro definiciones son solo algunas de las que han pretendido definir qué es el Estado, sin embargo no es posible afirmar con rigor y sin ideología que una de ellas es la verdadera, antes al contrario puede afirmarse que todas en tanto en cuanto explican modelos de Estado tienen elementos de veracidad, puesto que el Estado ha sido teocéntrico, inspirado en un supuesto orden divino, pero también durante el siglo XIX y principios del XX fue un instrumento de dominación de clase, puesto que en las “democracias censitarias” el acceso de la clase trabajadora a derechos individuales y colectivos estaba vedado, si acudimos al periodo entre la I y la II Guerra Mundial también podemos observar que los Estados totalitarios como la Alemania nazi se fundamentaban en la adhesión fanática y basada en elementos de carácter racial de un pueblo a un líder, pero también tras 1945, se aprecia que el Estado se convierte en un elemento protector de los ciudadanos, que lo legitiman participando en la democracia, que ofrece protección y cobertura de las necesidades básicas de todos ellos, para que puedan desarrollar sus proyectos de vida. Sin embargo en todas ellas encontramos tres elementos comunes, población, territorio y poder o soberanía, es decir hablamos de entes que se forman cuando en un territorio se organiza jurídico-políticamente un pueblo, que por razones de diversa índole (alienación, legitimación democrática, etc.) se somete a un Gobierno[5].

 

Por lo tanto podría afirmarse a tenor de lo anterior de que quizás se esté mitificando el fenómeno de la inmigración, a fin de cuentas es habitual, desde finales del Siglo XX, oír hablar de que se vive una época de cambios, de grandes transformaciones, que han generado todo un presupuesto ideológico de la cultura del cambio, que hay que relativizar en muchos casos puesto que grandes transformaciones se han producido siempre, piénsese en la generación que vive la II Guerra Mundial y que observa como en apenas menos de diez años, surgen y desaparecen los Estados totalitarios, se lanza la primera bomba atómica, caen los Imperios Británico y Francés para dar paso a un mundo bipolar, se desarrolla un modelo de Estado del Bienestar y se crea el Mercado Común en Europa.

 

Sin embargo el hecho de relativizar la cultura de los cambios vertiginosos a la que anteriormente se ha hecho referencia, no implica negar por otro lado que cambios de gran calado (como siempre) se están produciendo y que el fenómeno de la inmigración, que se está produciendo desde finales del siglo pasado, parejo al proceso de la Globalización, supone un importante reto para el Estado moderno[6], puesto que desafía a los tres pilares sobre los cuales se ha sustentado, población, territorio y poder, dilema que no deja de ser menor puesto que afecta a la esencia misma de la idea de Estado, cualquiera que fuese su variante o modelo.


[1] Sobre la concepción tomista del orden social y el poder puede acudirse al texto de Tomas de Aquino en, Ansuategui Roig, 1994.

[2]. Sobre la concepción marxista del Estado puede acudirse al texto de Karl Marx en, Ansuategui Roig, 1994

[3] Schmitt, 1990.

[4] Sobre la concepción tomista del Estado promocional puede acudirse al texto de Norberto Bobbio en, Francisco Javier Ansuategui Roig, 1994

[5] Sobre los elementos constitutivos del Estado, puede acudirse al texto de Biscaretti di Ruffia en Pérez Royo 1997.

[6] López Sala, 2005.

Pettit continúa el capítulo defendiendo que en la historia del republicanismo la libertad no ha sido de carácter positivo como se podría desprender de aquellos que aceptan la distinción que explicábamos en la entrada anterior. Al contrario, su libertad aparece en la mayoría de las veces como una negación de la dominación y alcanza su estado afirmativo en el derecho, dictado para garantizar esa libertad.

Históricamente la libertad republicana tiene ya presencia en la libertas romana, que fundamentalmente era protección y seguridad de lo privado a través de garantías públicas. Era institucionalizar la seguridad. Más que la participación -demostrado por el hecho de que podían existir cívitas, ciudadanos de Roma, sin derecho a voto, pero igualmente entendidos como plenamente ciudadanos- lo importante era la protección de los ciudadanos a través de las instituciones.

Maquiavelo prosiguió esta tradición que entiende el deseo de libertad no como un deseo de dominar sino de no ser dominado:

[El pueblo] Una pequeña parte de ellos desea ser libre para mandar, pero todos los demás, que son incontables, desean la libertad para vivir en seguridad. Pues en todas las repúblicas cualquiera que sea su forma de organizarse, no pueden alcanzar las posiciones de autoridad sino a lo sumo cuarenta o cincuenta ciudadanos. (P. 48)

El hilo de esta libertad sigue con los inspiradores de la Revolución Norteamericana, los hombres de la Commonwealth y especialmente los autores de las Epístolas de Catón:

La libertad verdadera e imparcial es, pues, el derecho de todo hombre de seguir los dictados naturales, razonables y religiosos de su propio espíritu; de pensar lo que quiera, y de actuar según piense, siempre que no actúe en perjuicio de otro; a gastar el mismo su propio dinero, y a disponer a su modo del producto del producto de su trabajo; y a trabajar para su propio placer y su propio beneficio. (Trenchard y Gordon) (Pag. 49)

Vemos que en la tradición republicana prima la libertad cívica sobre la libertad política. Prevalece la libertad de los ciudadanos que no quieren verse sometidos al arbitrio de los poderosos, sobre la libertad de los que quieren acceder a la participación política. Libertad que sólo es ensalzada en la medida que la democracia es la mejor garantía de la libertad cívica.

Como dirá Joseph Priestly:

Cuanta más libertad política tiene un pueblo, tanto más asegurada está su libertad cívica.

Remarca Pettit:

El control democrático es ciertamente importante en esta tradición, pero su importancia le viene, no de su conexión definicional con la libertad, sino del hecho de que sea un medio de promover la libertad. (P.50)

Tras leer esto podemos entender que para nuestro autor la democracia es algo que encuentra su encaje en la arquitectura del sistema y no en el concepto de libertad. Que además se protege del populismo.

Pensar que la democracia es el mejor medio de tener libertad no implica caer en su forma viciada, el populismo, donde todo se reduce a la razón del pueblo -que como no, sólo puede salir de la boca del líder máximo- Esta confusión populista de lo que significa la democracia la vemos cuando al defender cambios progresivos y al aceptar la razón de estado en forma de derecho, puede verse tachado, por los que se creen los guardianes de la izquierda auténtica, de ser la derecha disfrazada. Así el populismo acusa de conservador a un republicanismo que cree que la mejor manera de mantener la libertad es tener un derecho que garantice la no-dominación.

Pettit siguiendo al historiador F.W. Maitland

Si la teoría convencional lleva a una democracia idealmente perfecta -a un estado en el que sólo lo que la mayoría quiere que sea ley, y nada más, se convierte en ley-, entonces lleva a una forma de gobierno, bajo la cual el ejercicio arbitrario del poder es del todo punto posible. (P.51)

 

[Siguiendo esto se entiende la aprobación del matrimonio entre homosexuales independientemente de si esto era voluntad de la gran mayoría o no, es un ejemplo de republicanismo que no cae en el populismo ni necesita de él.

En cambio, el multiculturalismo político encarnado en grupos de identidad como agentes políticos es una postura política completamente alejada del republicanismo. Ni permite el control democrático de la mayoría sobre las políticas que promuevan como grupos de presión, porque la identidad es intocable y sus hijos políticos más aun, ni permite salvar al individuo de la identidad del grupo -es decir de la que dicta el líder o el experto universitario- El multiculturalismo político pone la identidad por encima de la ley, o como mucho, a la ley al servicio de la diferencia y no de la libertad.

Por supuesto que esto no es rechazar el multiculturalismo social, que es una cosa completamente diferente, y que produce lo contrario que su hermano político: la heterogeneidad dentro de una misma sociedad. No es lo mismo una piedra donde los diferentes componentes nunca se mezclarán, teniendo cada uno su espacio -su poder- que una mezcla donde sus partes están entrelazadas inseparablemente y por tanto se deben unas a otras.]

 

AMO Y ESCLAVO

Este aspecto negativo, de rechazo a la sumisión, le viene al republicanismo de la dialéctica del amo y el esclavo.

Hay dos razones para pensar que la concepción de la libertad como no-dominación es la noción de libertad que se halla en la tradición republicana. La primera es que en la tradición republicana, a diferencia del punto de vista modernista, la libertad se presenta siempre en términos de oposición entre liber y servus , entre ciudadano y esclavo. La condición de libertad se ilustra con el estatus de alguien que, a diferencia del esclavo, no está sujeto al poder arbitrario de otro, esto es, de alguien que no está dominado por el poder arbitrario de ningún otro. Así, la condición de libertad queda ilustrada de modo tal, que puede haber pérdida de libertad sin que se dé interferencia real de tipo alguno: puede haber esclavización y dominación sin interferencia, como en el ejemplo del amo que no interfería. (P.52)

La persona libre era más que un servus sine domino, un esclavo sin amo que puede ser adquirido por cualquiera; el liber era, necesariamente, un civis o ciudadano, con todo lo que esto implicaba en punto a protección frente a interferencias. (P.52)

-Negrita mía. Por cierto, intenten entender la lucha obrera de los siglos XIX y XX, como una lucha por la libertad que evite plegar su vida a los deseos del patrón en vez de entenderlo como un ideal primordialmente igualitario-

El ciudadano es alguien que está protegido para no llegar a ser un esclavo -Está protegido de la arbitrariedad, mediante las leyes de la República-

Pero el lenguaje poralizado de la libertad y la servidumbre no llegará a expresarse cabalmente sino en los desarrollos republicanos ingleses y americanos del legado republicano. James Harrington (…) subraya el contraste cuando resalta la necesidad de que, para ser libre, una persona disponga de recursos materiales: << el hombre que no puede vivir por sí mismo tiene que ser un siervo; pero quien puede vivir por sí mismo, puede ser un hombre libre>>; la esencia de la libertad es no tener que soportar esa dependencia y esa vulnerabilidad. (Pag.53)

-Negrita mía. Por cierto, intenten entender la Ley de Dependencia a la luz de las negritas, como un ideal de libertad más que igualitario-

Algernon Sydney:

<<La libertad consiste exclusivamente en una independencia respecto de la voluntad de otro, y entendemos por esclavo a un hombre que no puede disponer de su persona ni de bienes, sino que lo disfruta todo según el arbitrio de su amo>> (P.53)

Autores de las Epístolas a Catón (Trenchard y Gordon):

Libertad es vivir de acuerdo con los propios criterios; esclavitud es limitarse a vivir a merced de otro; y una vida de esclavitud es, para quienes pueden soportarla, un estado continuo de incertidumbre y desdicha, a menudo una cárcel de violencia, a menudo un persistente pavor a una muerte violenta.(Pag.54)

Commonwealth:

Muchos hombres de la commonwealth de comienzos del siglo XVIII se sirvieron de la retórica de la libertad y la servidumbre para celebrar la emancipación respecto del absolutismo de los Estuardo y para denunciar las maquinaciones del gobierno en la política interior. No les importaba a los hombres de la Commonwealth que el gobierno criticad fuera Whig; el poder siempre era peligroso, el poder necesitaba vigilancia permanente (…) Pero a medida que avanzaba el siglo XVIII, una nueva causa solicitó la atención de los hombres de la Commonwealth: la causa de la colonias americanas, y en particular, las protestas contra los impuestos recaudados por un gobierno sobre el que las colonias no tenían control alguno. Claramente, había aquí gente que vivía a merced de una voluntad ajena y potencialmente arbitraria: la voluntad del parlamento británico. Aquí había, como no podían menos de verlo los devotos de la tradición, un pueblo encadenado a los grilletes de la esclavitud, un pueblo ilibre. (P.54)

Seguimos leyendo.

En la filosofía política la distinción berliniana entre libertad negativa y positiva se ha convertido en un dogma. Pettit ha encontrado alguno de sus puntos débiles por los que presentar otro tipo de libertad, la republicana.

Isaiah Berlin diferenció en su Dos Conceptos de la Libertad una libertad basada en la no interferencia de otra como autodominio. Dos ideas que se han ido perfilando entre los filósofos y los grupos políticos a lo largo de la historia.

La libertad negativa es aquella que

(…) Entraña la ausencia de interferencia, entendiendo interferencia por una intervención más o menos intencional de un tipo que muy bien podría ilustrar, no sólo la mera coerción física del secuestro o el encarcelamiento, sino también la coerción de la amenaza creíble (…) Yo soy libre negativamente (…) hasta el punto de que disfruto de una capacidad de elección sin impedimento ni coerción.(P.35)

Y la positiva:

(…) Requiere que los agentes tomen parte activa del control y el dominio de sí propios: el yo con el que ellos se identifican tiene que tomar a su cargo yoes menores a más parciales que acechan dentro de cada individuo. Yo soy positivamente libre en la medida en que consigo el <<autodominio, lo que sugiere un hombre dividido y contrapuesto a sí mismo>> (P.35)

El primer ideal lo considera Berlin como heredero de la libertad moderna, de los ilustrados. El segundo en cambio es el descendiente de la concepción de los antiguos y de los aficionados románticos a la contrailustración. Además la libertad positiva encierra un gran peligro:

(…) Se presta a ser interpretado de manera ominosa: como el ideal, pongamos por caso, de llegar a ser capaz -tal vez con el concurso de la disciplina estatal- de dominar a nuestro yo más bajo; como el ideal de transcender el yo dividido, atomístico, por asimilación al todo del espíritu nacional; o como el ideal de suprimir la voluntad descentralizada, individual, haciéndonos parte de una comunidad política autodeterminante que revela y realiza lo que está en el interés común. (P.36)

– Primer gran despiste de Berlin, saltar del la coherencia del yo y de un ideal virtuoso al totalitarismo. Y tal deslizamiento no es producto del propio ideal en sí, sino de que Se presta a ser interpretado, como si casi cualquier cosa no pudiese ser interpretada como una razón de su Verdad por parte del totalitarista-

Pettit propone una tercera alternativa con un enfoque republicano y la defiende tanto analíticamente – la validez del concepto- como históricamente -como la que se ha movilizado contra el poder arbitrario en la historia moderna y más concretamente en las Revoluciones Americana y Francesa-De momento -en esta entrada- nos ocuparemos del enfoque sistemático.

Entre los conceptos de libertad negativa y (auto)dominio queda mucho espacio. Ni siquiera uno es el opuesto del otro. Es más, si profundizáramos en la idea de dominio, veríamos que cercana puede estar esta a la de libertad negativa. Aunque esta relación Pettit la evita en el análisis conceptual y sí la recoge en el histórico.

Pettit propone una tercera alternativa con un enfoque republicano y la defiende tanto analíticamente – la validez del concepto- como históricamente -como la que ha movilizado contra el poder arbitrario en la historia moderna y más concretamente en las Revoluciones Americana y Francesa-De momento -en esta entrada- nos ocuparemos del enfoque sistemático.

Entre los conceptos de libertad negativa y (auto)dominio queda mucho espacio. Ni siquiera uno es el opuesto del otro. Es más, si profundizáramos en la idea de dominio, veríamos que cercana puede estar esta a la de libertad negativa. Aunque esta relación Pettit la evita en el análisis conceptual y sí la recoge en el histórico –hay quienes también la hacen conceptual

Pettit muestra como la el republicanismo puede coincidir en la parte negativa de aquellos que defienden la libertad como no interferencia. Por eso puede dar la sensación de similitudes con el liberalismo en un primer análisis superficial. Pero no se prohíbe la intromisión, sino que se niega el dominio por parte de un tercero. La libertad como no dominación. Que a su vez se diferencia del ideal de autocontrol -que yo diría que es más bien un ideal ético, y ahí es donde se tiene que buscar esa libertad, en vez de desacreditarla políticamente- porque sólo garantiza la ausencia de dominio externo y no asegura el dominio de sí mismo.

Pero no sólo en la forma es posible este tipo de concepto de libertad, también materialmente se hace viable. Adquiere su carga, su sentido, en el desarrollo de la famosa dialéctica del amo y el esclavo -apunto que aunque esta sea famosa en Hegel, ya viene de Aristóteles-

La dominación, según la entiendo yo aquí, queda ejemplificada por la relación entre el amo y el esclavo o entre el amo y el siervo. Tal relación significa, en el límite, que la parte dominante puede interferir de manera arbitraria en las elecciones de la parte dominada, puede interferir, en particular, a partir de un interés o una opinión necesariamente compartidos por la persona afectada. La parte dominante puede interferir, pues, a su arbitrio y con impunidad, no tiene porque buscar la venia de nadie, ni nadie va hacer averiguaciones o le va a castigar. (P. 41)

Además esta dialéctica muestra como el ideal de no interferencia no agota el ideal negativo frente al poder que pueden ejercer los demás sobre nosotros:

Yo puedo estar dominado por otro -por poner un caso extremo: puedo ser esclavo de otro-, sin que haya interferencia en ninguna de mis elecciones. Podría ocurrir que mi amo tuviera una disposición afable y no-interfiriente. O podría simplemente ser que yo fuera lo bastante taimado, o servil, para salirme siempre con la mía y acabar haciendo lo que quiero. (P.41)

Añade Pettit que se puede interferir sin llegar a dominar, una persona podría ocuparse de mis asuntos de tal forma que vea favorecidos mis intereses y respetadas mis opiniones y que además sea vigilado por un tercero que cancele o castigue la desviación sobre mis intereses u opiniones en su intervención sobre mi vida. Intereses propios, opinión y vigilancia, tres ejes a recordar.

(…) Podemos tener dominación sin interferencia, e interferencia sin dominación. La primera posibilidad queda ejemplificada en el amo que no interfiere; la segunda, en quien interfiere sin ser amo. La dominación puede ocurrir sin interferencia, porque sólo requiere que alguien tenga capacidad para interferir arbitrariamente en mis asuntos; no es necesario que nadie lo haga realmente. La interferencia puede ocurrir sin dominación, porque la interferencia no implica el ejercicio de una capacidad para interferir arbitrariamente, sólo el ejercicio de una capacidad o habilidad mucho más restringida.(P.42)

Interferir sin dominar, por lo tanto es, ejercer una capacidad en la ejecución de decisiones de un tercero de una forma restringida bajo su propio control u otro externo.

Pettit busca con su ideal que la no dominación sea algo seguro no eventual – Pettit habla en términos de mundos posibles, de contingencia y de necesidad, no estaría mal ver algún día una lógica modal con los teoremas del republicanismo- Que no sea el producto del buen ánimo de quien si quisiera podría dominarnos pero que decide no hacerlo por nuestra buena predisposición hacia ellos o por el motivo que sea. Esto se consigue evitando que ningún individuo tenga poder para dominar a otro.

Pettit agota su análisis conceptual con las condiciones necesarias y suficientes para que algo pueda concebirse como un ideal de libertad. La primera, la condición negativa, es decir, la necesaria, dice que si un individuo en sus acciones puede ser interferido arbitrarimente si otro así lo quisiese, entonces no sería libre, y por tanto la libertad como no-dominación, al proteger contra este caso cumple con la condición necesaria de salvar una situación de falta de libertad. La suficiente -y esta Pettit se la dedica a los liberales, porque otras concepciones no tendrían que aceptar que supere esta clausula- dice que el mundo está lleno de interferencias naturales o no elegidas. Uno es libre a pesar de que no pueda hacer nada contra las leyes de la naturaleza o esté condicionado por su herencia. Si se acepta que la obstrucción no intencional deja espacio suficiente a la libertad, entonces es plausible admitir que hay espacio para libertad con la interferencia de un tercero siempre que no sea arbitraria -parece que una acción externa que tenga en cuenta nuestros intereses u opiniones no llega a ser ni la mínima parte de invasiva para nuestra libertad que lo podría ser el sufrir una incapacidad o algún hecho natural del mundo-